jueves, 2 de julio de 2009

Testimonios

Testimonios

Creo que estos doce grandes pasos son mucho más amables que los de AA. Aunque también se pueden complementar con ellos. A mí me ha funcionado no sólo para dejar de beber sino para dejar de sufrir y de tener sentimientos negativos.

Rosalía S. (Tultitlán, Estado de México)

Yo no creía en ningún libro, me parecía que todos eran pura basura. Pero éste lo sentí muy serio y honesto. Es una guía muy práctica sobre todo para las personas que somos muy orgullosas o que nos da pena asistir a sesiones. Me he sentido mucho mejor y he dejado de beber las cantidades que antes tomaba todos los días.

Darío R. (Santa Clara, Estado de México)

Había leído otros libros y ninguno me convencía porque eran muy superficiales y te ofrecían una cura milagrosa. Víctor Audrán jamás te ofrece eso sino que te enseña a comprender tu enfermedad. A mí me ayudó mucho quitarme todo los prejuicios que tenía contra el alcohol, creo que al no tener tabúes te vuelves una persona más sana.

Ana L. Marc (Guadalupe Inn, Delegación Álvaro Obregón)

Independientemente del mensaje, el libro está muy bien escrito y es muy ilustrativo. Te enseña la historia de AA, la manera en que el hombre desarrolló bebidas destiladas, todos los tipos de bebidas alcohólicas, los mitos, cómo el vino tinto puede ayudar a tu salud, y al final te propone un método para dejar de sufrir muy efectivo. No soy alcohólico, pero me ayudó mucho.

Agustín O. (Netzahualcóyotl, Estado de México)

Siento que esta persona está salvando muchas vidas. Yo creo que simplemente por eso se le debe respetar. Además está muy bien fundamentado lo que dice; no lo hace a la ligera. Mil gracias Víctor.

Serafín P. (Huetamo, Michoacán)

El autor es una persona que como nosotros ha sufrido. Había leído otros libros de doctores o de psicólogos, pero la verdad nadie puede saber más acerca del tema que un alcohólico. El primer capítulo es desgarrador y me identifiqué mucho con él.

Alberto R. (Oaxaca, oax)

Pedidos

Pida hoy mismo este fabuloso libro que está cambiando la manera de beber de millones de personas en el mundo.

Aproveche la oferta de lanzamiento de la segunda edición, corregida y revisada por el autor (primera edición totalmente agotada en librerías).

***Oferta limitada a los primeros 1000 pedidos***

Precio de lista $100 (cien pesos mexicanos) más gastos de envío a cualquier parte de la república mexicana y el extranjero.

Pídalo hoy y recíbalo en la comodidad de su casa de la manera más discreta.

Pasos a seguir:

1. Ingrese su solicitud de pedido mandando un mail al correo

elsecretodocepasos@yahoo.com.mx


o si lo prefiere marque al 56 16 27 69, del interior 0155 56 16 27 69:

2. Debido a la alta demanda procesaremos su solicitud y en breve se le informará si aún hay existencias.
3. Se le confirmará vía correo la existencia y, según la dirección que nos proporcione, la fecha de envío.
4. Se le indicará la forma de pago.
5. En un lapso no mayor a una semana (en México) recibirá su libro en la dirección que usted nos indique.


Una edición respaldada

Por Editorial Épica

http://www.editorialepica.com/
http://www.epicavirtual.com/



*Es importante que proporcione un domicilio donde el libro pueda ser recibido a cualquier hora del día.

*Una vez enviado el libro se le mandará vía mail el comprobante del correo certificado.

El comprobante de envío es nuestra garantía de entrega. El informe proporcionado por la oficina de correos acerca de la recepción o devolución del pedido será la oficial y la válida ante cualquier controversia.




















En exclusiva presentamos algunos extractos de este grandioso libro que está cambiando la manera de beber de millones de personas en el mundo:


El alcoholismo es una enfermedad que a diferencia de otras tiene un impacto social, histórico y antropológico único. El alcoholismo no hace sufrir solamente a los enfermos, sino a los familiares, a la sociedad, las leyes, y en general a casi todas las instituciones públicas y privadas de nuestro país. Los niveles de ausentismo en escuelas y centros de trabajo son altos debido a esta enfermedad, y las consecuencias físicas, mentales, sociales y económicas para quienes la padecen aún más.
Pero la solución al “problema” no es imponer leyes en contra de su tráfico o su consumo (la experiencia de Estados Unidos lo demuestra) ni satanizar a una sustancia que ha acompañado a la humanidad durante toda la historia. El primer paso es concebir al alcoholismo como una realidad, difícil de aceptar, pero a fin de cuentas latente y al enfermo como una persona; no un “problema” o un conejillo de indias de la ciencia.
Leeremos en las páginas de este libro la naturaleza del alcohol, sus pros y contras, las distintas bebidas alcohólicas que existen, las leyes, decretos y los tratamientos contra el alcoholismo que la humanidad ha concebido, todo esto con el fin de entender mejor el tema y evitar prejuicios que lejos de ayudar a los enfermos los afecte y les cause un mayor sufrimiento.
Ofrezco, asimismo, mi experiencia personal pues quién mejor que un alcohólico para hablar del tema. Mientras escribía este libro consulté una buena parte de la bibliografía disponible y con cierto desencanto comprobé que la gran mayoría de autores habían negado su alcoholismo o evitaban hablar de su experiencia.
En su parte medular, este libro propone una alternativa para el alivio del alcoholismo. Hablar de curas o soluciones mágicas siempre me ha parecido irresponsable; prefiero el término aliviar en el sentido que le da la academia de la lengua: “Quitar a alguien o algo parte del peso que sobre él o ello carga”.
Los 12 Grandes Pasos, como les he llamado, pretenden disminuir hasta el grado de extirpar la carga de sufrimiento y odio que enferma a las sociedades y que es la responsable directa del alcoholismo y las adicciones.
El sufrimiento y el odio son como una herida en la piel. Si sobre ella derramamos alcohol la sensación será terrible. Lo mismo sucede en el espíritu con la diferencia de que la herida jamás tendrá posibilidades de ser sanada. Muchos viven con este sufrimiento todos los días y aunque oponen resistencia siempre caen en el mismo círculo vicioso: vaciar el aparente remedio sobre la herida.
Este libro está dedicado a la voluntad de hombres y mujeres que no desean repetir la espantosa experiencia del alcoholismo y que han elegido una mejor vida mental, física y espiritual.
*************

Capítulo I

La primera promesa

Miro a mi padre cómo tropieza con los muebles y extiende sus brazos para encontrar un apoyo. Noto que tiene los ojos cerrados, la piel roja, las manos hinchadas. No puede mantenerse más en pie así que toma asiento en un gran sofá de la sala. Se tambalea, no puede recargarse, está sobre el filo de ese mueble y segundos después cae de bruces. Su cabeza se impacta justo con un florero que hay en la mesa de centro. El barro cruje con la misma fuerza que la frente de mi padre. Escucho el ruido de una regadera abierta: es la sangre que fluye como un río por su cabeza. Él está consciente pero apenas puede moverse. Miro aterrorizado cómo un verdadero mar de sangre inunda el piso de la sala. Mi mamá, ocupada en la cocina durante el accidente, corre hacia mi padre con un estropajo en las manos. El impacto hizo tal escándalo que los vecinos tocan a la puerta de mi casa para averiguar qué sucede. Mi madre les pide que llamen a la Cruz Roja mientras intenta contener la hemorragia con el estropajo.
Lloro, corro hacia mi recámara y me oculto bajo las sábanas de mi cama. Mi hermano me hace compañía. Tiene un par de años más que yo pero también tiembla y solloza. Escuchamos el sonido de sirenas y un escándalo provocado por la gente que se congrega en la sala. No entiendo qué dicen.
El barullo termina por fin. No sé qué le ha sucedido a mi padre, no comprendo aún lo que es un accidente de gravedad. Es la primera vez que he visto tanta sangre. Animado por la desaparición de esos gritos salgo de mi recámara, junto con mi hermano. Ya no está mi padre tendido en el piso; sólo el inmenso mar de sangre.

Días después un primo me llevó al hospital donde fue internado mi padre. Recuerdo que ese lugar era horrible en especial la habitación a donde me llevaron. Vi a mi padre, franqueado por mi abuela paterna y una tía. Lo apapachaban como a un niño. Él comía una gelatina y en la cabeza tenía una gran venda. Sentí miedo. Él estaba vivo pero –según yo- se había transformado en un monstruo. Mi temor se acrecentó cuando fue dado de alta y regresó a la casa. Una vez allí lo primero que hizo fue quitarse el vendaje y mostrarnos una enorme cicatriz que hasta el día de hoy surca su frente.

Capítulo II

Conociendo al ¿enemigo?

Una de las primeras decisiones que tomé antes de poner en práctica los consejos de mi esposa fue conocer más acerca de la sustancia que tanto me había perturbado. Como el alcohólico promedio, sólo sabía que causaba embriaguez y un daño irreparable al organismo y a la mente. Me costó trabajo, debo admitirlo, hacer un estudio a fondo, pues cada ocasión que leía una palabra relativa al alcoholismo experimentaba una mezcla de sensaciones desagradables y por supuesto venían a mi mente recuerdos que deseaba eliminar de mi memoria. Pero pronto y por fortuna comprendí que el rechazo automático hacia las características del alcohol y su historia no me permitirían comprender mejor el origen de mi mal y despojarme de prejuicios en su contra. Pienso que la educación y la información acerca de un tema, una sustancia en este caso, es una de las primeras herramientas que nos puede ayudar a comprender las enfermedades. La idea es no obsesionarnos con descubrir el fondo o la realidad de una bebida que ha estado presente en toda la historia de la humanidad, sino tener información a la mano para comprender su rango de importancia en la vida cotidiana.
La raíz de la palabra alcohol proviene del término árabe kuhl, que utilizaba este pueblo para referirse a cualquier cosa refinada hasta su esencia. El significado del alcohol puede traducirse entonces como lo más puro, lo más refinado. Llamamos alcohol por antonomasia a las bebidas embriagantes y a la sustancia que la medicina utiliza. Ante ello es importante distinguir que el alcohol potable, etanol, es producto de la fermentación, proceso biológico en el cual se descomponen los carbohidratos. Dicho proceso, y la intervención del humano en él, hace posible la producción de bebidas como cerveza, vino, sidra, pulque, entre otras.

Capítulo III
AA, la vieja historia de un grupo

El hombre ha buscado siempre una forma de aliviar sus males; en ocasiones de forma radical como veremos más adelante y en otras partiendo de una base científica que le ayude a entender las características de las enfermedades. Médicos, psicólogos y organizaciones espirituales han debatido acerca de las verdaderas causas del alcoholismo, sin que haya hasta el día de hoy una explicación definitiva y convincente. A continuación expongo algunas teorías de quienes tienen mayor autoridad en el tema:
La medicina nos habla de una predisposición por herencia genética. Hay una gran probabilidad de que se padezca esta enfermedad si una persona tiene antecedentes familiares con historial alcohólico. Las posibilidades de que una persona padezca esta enfermedad aumentan debido a que su capacidad para metabolizar el alcohol es menos efectiva.
La adicción fetal al alcohol es otra causa. Un bebé puede nacer con una adicción al alcohol ya bien desarrollada, su hígado puede tener un problema con la metabolización de azúcares y puede que haya desarrollado cierta tolerancia al alcohol. Las responsables de este síndrome son las madres que beben durante el embarazo. Esta sustancia al entrar al torrente sanguíneo, como hemos visto, se dirige a todos los órganos del cuerpo y en una mujer embarazada inevitablemente termina por penetrar la placenta y en consecuencia llegar al bebé. El SAF (síndrome alcohólico fetal) es un caso extremo. Los niños que nacen con este síndrome pueden presentar deformidades en el cráneo y las facciones del rostro además de retraso mental, problemas digestivos y metabólicos, desórdenes nerviosos, desnutrición y otros trastornos.
La adicción al azúcar también es determinante en el alcoholismo. Es obvio e indiscutible ya que el cuerpo humano procesa de la misma forma el azúcar y el alcohol. La dependencia al azúcar comparte su origen con la propensión por las bebidas alcohólicas.
La dieta también influye en el desarrollo del alcoholismo. Alimentos saturados de aditivos químicos y de grasas incrementan la sobrecarga tóxica en el hígado y pueden dificultar su funcionamiento. Un exceso en el consumo continuo de bebidas embriagantes y de azúcares atrofia el funcionamiento del páncreas. Éste produce una cantidad mayor de insulina y en consecuencia un desequilibrio corporal. La combinación de carnes rojas y alcohol elevan los niveles de ácido úrico en el cuerpo y son causa de enfermedades como la gota. En nuestro país es muy fácil comprobar que la dieta y el alcoholismo van de la mano, sólo fijémonos en el menú que ofrecen las cantinas.
Según la psicología los alcohólicos padecen una especie de neurosis que se expresa con una compulsión por beber. El alcohol se vuelve en el enfermo indispensable al grado de que toma el papel de “satisfactor”. Hablando muy freudianamente el alcohol satisface las necesidades orales y produce bienestar al atenuar la angustia. A lo largo de la historia el alcohólico ha sido clasificado como un tipo con carácter débil, pasivo, dependiente, receptivo y que tiene bajo umbral a la frustración. Pero hay muchos alcohólicos que se destacan por su liderazgo y su carácter imbatible. No es un secreto que algunos estadistas o personajes históricos muy reconocidos (Alejandro Magno, Marco Antonio, George W. Bush entre otros) tuvieron esta adicción en su adolescencia, su madurez o hasta su muerte. Y para nadie es una gran revelación que un buen número de alcohólicos ocupan puestos claves en las dependencias privadas y paraestatales de muchos países por lo que relacionar el alcoholismo con la pobreza, la falta de carácter o perseverancia es una sentencia difícil de sustentar.
Los psicólogos han relacionado el alcoholismo con una niñez difícil, traumática y conflictiva. Creen que existe mayor propensión a las adicciones debido a la fijación en problemas infantiles; sin embargo el alcoholismo también está presente en personas que tuvieron una niñez agradable o sin mayores conflictos. La pérdida de un ser querido o el padecimiento de una enfermedad incurable o dolorosa también influye en la manera de beber de algunas personas.
Alcohólicos Anónimos ha sostenido desde su fundación que el alcoholismo es una enfermedad del espíritu y que es necesaria una reconciliación con Dios o bien el encuentro con una entidad superior, lo que AA llama, “Dios como lo entendamos”, para aspirar a la cura.
El origen de esta asociación es más antiguo de lo que imaginamos y tiene sus raíces más remotas en los puritanos y anabaptistas que durante los siglos XVI y XVII censuraron la ingesta de vino en el norte de Europa, principalmente en los países anglosajones. El resultado de su lucha no fue una erradicación del vicio, sino una segregación de los alcohólicos que debieron refugiarse entonces en tabernas, lupanares y todo tipo de sitios clandestinos donde la ingesta de alcohol quedara encubierta por la oscuridad
Capítulo IV
Tratamientos y métodos para “curar” la enfermedad

Como hemos visto la sociedad estadounidense ha mostrado desde hace doscientos años una continua preocupación por el tratamiento del alcoholismo. Una de las primeras fórmulas fue aislar al paciente en retiros donde gozara de una tranquilidad absoluta y sobre todo estuviera alejado de las tentaciones alcohólicas. El tiempo que debían pasar en estos lugares era, según las recomendaciones de los médicos o de los integrantes de asociaciones como los washingtonianos, entre cinco y diez años o de plano de por vida. El respeto al orden dentro de estos retiros era comandado por un médico y un grupo de enfermeros cuya disciplina era más militar que terapéutica. Ellos se encargaban de castigar como en una cárcel la violación de las reglas y por supuesto la reincidencia.
Los ingleses copiaron el modelo norteamericano pero aportaron más placer y confortabilidad a la estancia de los pacientes. En los albergues ingleses, donde la familia del enfermo debía pagar 5 libras trimestralmente, había campos de golf, bibliotecas y baños turcos. Pero hacia finales del siglo XIX este tipo de asilos perdió popularidad debido a sus altos costos económicos y a su baja efectividad.
Como una de las leyes que prepararon el camino para la promulgación de la Ley Seca, en 1879, el Acta del Ebrio Habitual, por muy gracioso que parezca su nombre, operó y evolucionó en otras actas de similares características decretadas en 1888 y 1889 en Estados Unidos.
Ante el fracaso de la reclusión y la llegada de un nuevo siglo, los médicos comenzaron a desarrollar tratamientos que en su mayoría se basaban en la aplicación de sustancias a los enfermos. Primero se utilizó la apomorfina, una droga derivada del opio, pero los resultados de esta fueron pobres pues debía alternarse con un tratamiento terapéutico sugestivo. Un poco después, en Francia, el doctor Raul Lecoq registró una combinación de alcohol, extracto de hígado, vitamina y glucosa. Según el doctor este compuesto administrado intravenosamente estimulaba anticuerpos específicos del alcohol hasta el grado de crear inmunidad. Desde entonces no pararon los intentos de los médicos por encontrar una fórmula que garantizara la salvación de los alcohólicos. Se utilizaron sulfato de anfetamina, extracto de adrenocortical, calcio, inyecciones de bióxido de carbono y de oxígeno, antihistamínicos, LSD, ácido de nicotina (vitamina B3) durante siete días acompañado por cinco o seis copas de vodka, y en los últimos tiempos Valium e incluso la cannabis.
El método punitivo tuvo mucha difusión sobre todo durante las épocas de los asilos y algunas de sus prácticas siguen presentes en los actuales anexos o granjas de AA. La falta de sensibilidad en algunos psicoterapeutas y médicos ocasionó que éstos implementaran medidas extremas. En Estados Unidos durante algún tiempo se defendió la terapia electroconvulsiva que consistía en aplicar dos o tres choques diarios a los enfermos con el fin de mantenerlos desorientados durante un periodo de una semana.
Los alcohólicos no tardaron en convertirse en una especia de conejillos de indias y formaron parte de los experimentos de varios neurocirujanos que en nombre de la ciencia llevaron a cabo desastrosas operaciones. A veces cortaban algunas fibras nerviosas importantes del cerebro o bien trataban la parte prefrontal de la cabeza sin resultado comprobable y en detrimento de la salud de sus pacientes.

Capítulo V
Los doce grandes pasos


Hemos establecido que dejar de beber no implica dejar de ser alcohólico, puesto que dicha enfermedad está relacionada con el espíritu del paciente y por supuesto, pero en menor grado, con su salud psicológica y física. El bebedor, a diferencia de aquél, sufre las consecuencias de su adicción en un plano médico y mental, pero es difícil encontrar un bebedor que no tenga “disfunciones espirituales”. Por ello la línea que separa a estos dos casos es muy endeble y fácil de confundirse.
El alcohólico carece de fuerza de voluntad, podría no caer en la tentación de volverse a embriagar pero no la resiste. Sin embargo y por muy paradójico que parezca su propensión a la recaída nada tiene que ver con su capacidad intelectual. El alcohólico promedio es un tipo que suele racionalizar en exceso los aspectos negativos de la vida para concebirlos como sufrimientos, además, en cada etapa de su enfermedad se somete a preguntas existenciales y justificaciones que llaman la atención por lo rebuscadas o complejas que pueden ser, entre las más comunes:
1. Bebo porque sufrí una decepción amorosa.
2. Bebo para olvidar mis problemas.
3. Bebo porque así sufro menos.
4. Bebo porque en ese estado se potencian mis habilidades.
5. Bebo porque así no me siento solo.
6. Bebo porque ¡cómo me divierto borracho!
7. Bebo porque el alcohol me permite acercarme a las mujeres.
8. Bebo porque me siento más seguro de mí.
9. Bebo porque me siento ligerito, como si nada me costara trabajo.
10. Bebo porque es viernes o hay fiesta.
11. Bebo porque es parte de mi personalidad.
12. Bebo porque sin el alcohol yo no sería el mismo.
13. Bebo porque tengo compromisos sociales con mis socios, mi jefe o mis amigos.

Ante la inevitable resaca el alcohólico cambia de actitud, invierte el sentido de sus justificaciones y asume una posición radical en contra de su comportamiento. Sus preguntas, complejas y existenciales, no tienen respuesta y sólo lo llevan a un laberinto de sufrimiento y confusión. Cito algunas:

1. ¿Por qué me embriago?
2. ¿Cómo es posible que haya hecho tal o cual cosa en la borrachera?
3. ¿Qué está mal en mi vida?
4. ¿Qué me falta?
5. ¿Por qué mi consumo de alcohol se ha salido de mis manos?
6. ¿Por qué no puedo vivir sobrio?
7. ¿Quién es el culpable, de quién heredé este vicio?
8. ¿Por qué algunas personas pueden dejar la bebida y yo no?
9. ¿Qué he hecho para merecer este sufrimiento?
10. ¿Por qué Dios me ha abandonado?

Debido a que las respuestas no están a su alcance, el alcohólico busca la forma de sentirse un poco aliviado. Entonces para reconfortar su conciencia decide hacer una serie de promesas que van de lo poco práctico a lo ridículo y que tienen su origen en la desesperación y el deseo de redimirse. He aquí unos ejemplos:

1. A partir de mañana dejaré de tomar.
2. Juraré ante Dios no acercarme a la bebida por 10, 20 años o mejor aún para toda la vida.
3. Mañana entraré en un grupo AA y me voy a curar.
4. Voy a cambiar de vida. Me buscaré un trabajo nuevo, una nueva profesión y hasta una nueva esposa.
5. Mi ejemplo servirá a otros. Voy a dedicarme a hacer el bien.
6. Voy a ser feliz.
7. Lo peor ha pasado.

Ahora yo soy quien hago una pregunta a los amigos alcohólicos:
¿De algo te han servido estas justificaciones, preguntas y promesas?


Preparándonos para los doce grandes pasos

Quiero felicitarte por la decisión que has tomado. A partir de ahora estamos mejor comunicados que en el resto de mi libro y hemos sintonizado la misma frecuencia para detener nuestros sufrimientos.
Con seguridad, después de leer este libro tendrás algunas recaídas o encuentros accidentales con el alcohol. Quiero decirte que esto no te debe preocupar. El humano tiende a equivocarse y nadie, ni un Dios supremo, puede juzgarlo por actuar de esa manera.
Líneas arriba expuse algunas de las justificaciones que el alcohólico acostumbra hacer con respecto a su vicio. Lo mejor es que las elimines de tu vida. El objetivo de este consejo es que pierdas poco a poco tu fijación obsesiva por el alcohol. Justificar tu enfermedad sólo te lleva a pensar una y otra vez en ella. Aprovecha tu tiempo intelectual para otras cosas mucho más redituables; no para justificar ante ti o los demás un comportamiento que te cuesta trabajo modificar. El planteamiento de preguntas como: ¿por qué soy así?, es además de inútil muy ocioso. Con mucha probabilidad encontrarás la respuesta que más te satisfaga y terminarás por “autocomplacerte” o si eres demasiado pesimista te negarás a ti mismo y te afrentarás de tus actos.
Te sugiero que si no puedes evitar este tipo de cuestiones cambies su sentido por las siguientes:
1. ¿Cuál es mi mayor cualidad?
2. ¿Qué me gusta más de mí?
3. ¿Qué es lo que no quiero ser?
4. ¿Qué me hace valioso en mi sociedad, en mi familia y en mi trabajo?
5. ¿Qué oportunidades me ha dado la vida?
6. ¿Cuál sentido u órgano de mi cuerpo es el que más aprecio?
7. ¿Cómo puedo cuidarlo?
Estas preguntas nos llevan a descubrir secretos que no habíamos aceptado develar por nuestra fijación en el sufrimiento. Ante ellas vale la pena tomarnos el tiempo necesario para responderlas. Cada una está enfocada en la satisfacción personal. Sus respuestas, por muy críticos que seamos de nosotros mismos, nos llevan a valorarnos, a querer lo que tenemos. Este es un paso importante pues nos permite amarnos y acabar poco a poco con nuestra obsesión autodestructiva. Si valoramos nuestras capacidades, tendremos una propensión a cuidarnos. No es gratuito que a los indigentes alcohólicos les falte uno o más dientes, un ojo, un dedo quizás, además de un hogar, una familia o amigos. Su autodestrucción los lleva a perder poco a poco lo que un día tuvieron y lo que la naturaleza les dio.
Es triste notar los primeros estragos que el exceso de alcohol causa a nuestro organismo. El cuerpo tiene formas de reclamarnos nuestra irresponsabilidad, los ojos se hinchan, la piel adquiere un tono violáceo o amarillento, nuestros miembros pierden la coordinación, el hígado trabaja como un esclavo y se va desintegrando, nuestra boca y lengua se vuelven torpes, nuestro cerebro comienza a olvidar… afectamos nuestra integridad, ponemos en riesgo lo único que nos pertenece.
El alcohólico, el adicto en general, ha decidido retar a la muerte. Me recuerda mucho a esos jovencitos que se arriesgan en deportes extremos o retos estúpidos donde ponen en juego su salud. Pero a diferencia de éstos el adicto no está en busca de subir sus niveles de adrenalina, sino que cada uno de sus excesos es un acto suicida que en contadas ocasiones tiene resultados inmediatos.
El alcohólico, cuesta trabajo aceptarlo, es un adicto al sufrimiento. Durante sus borracheras, sus resacas, sus momentos de sobriedad, sufre como pocos y no conforme con desgraciarse la vida transmite ese sufrimiento a las personas que lo rodean…

¿Estás preparado para los doce grandes pasos?